jueves, 2 de junio de 2011

85

Desde el pavimento, abro los ojos y veo el auto frenado al lado y el rostro de Alan encima mío. “¿Está bien? ¿Ana, me oye? ¿Está bien?”, repite Alan una y mil veces. Me toma entre sus brazos y me mete en el auto. En el mismo automóvil que, minutos atrás, estuvo a punto de atropellarme. “¿Ana, está bien? ¿Qué pasa, Ana?”, pregunta Alan. “Gracias, gracias por estar conmigo. Gracias por ayudarme siempre. Gracias, gracias por no pisarme”, musito. Alan me abraza en silencio y, sin querer, me pisa el pie.

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