viernes, 3 de junio de 2011

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“¿Sabés por qué volví de Roma?”, me pregunta Alan, tuteándome por primera vez. “Yo allá tenía una vida, una esposa a la que adoraba y 2 hijos maravillosos. Un día lluvioso, como este, salimos a dar un paseo con el coche y chocamos. Yo manejaba, ellos murieron. Estuve 3 meses en coma y, cuando desperté, no había nadie. Estaba solo, Ana”. El recuerdo de su dolor basta para empequeñecer al mío. A la luz de su historia, la mía luce diminuta, hasta el punto de extinguirse.

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