domingo, 5 de junio de 2011

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¿Y qué hiciste?, pregunto. “Pensé en matarme, pero no me atreví. Así que regresé a Buenos Aires y empecé a trabajar. Y, durante muchos años, sólo trabajé. Cada noche, cuando llegaba a casa, miraba fotos y lloraba. Y, a la mañana siguiente, volvía a trabajar. Hasta que un día, se cruzó una mujer dulce, misteriosa e insegura en mi camino. Y yo, que creía que ya no creía en nada, volví a creer en el amor, en la vida, en el futuro y en Dios. Y, entonces, dejé de llorar y empecé a comer calabresas”.

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