Con sus manos me seca el llanto y acaricia el rostro. Sus dedos acompañan el recorrido de mis lágrimas: nacen en los ojos y descienden hacia las mejillas, para morir en mis labios. Alan acerca su boca a la mía e, inmóvil, me observa. “Quizás nos estemos confundiendo”, advierto. “Confundámosnos”, remata. Y confundidos nos fundimos en un beso infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario