sábado, 23 de abril de 2011

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“Ok”. Ahora, en vez de Caperucita, me siento la Mujer Maravilla. Me dirijo al box de Alan, lo observo y sonrío en silencio. “Ana, ¿hace falta?”, pregunta con complicidad. “Tratemos de evitar situaciones domésticas dentro del ámbito laboral. Usted es una mujer inteligente y confío en su sentido común”, concluye. A buen entendedor, pocas palabras. “No volverá a ocurrir”, aseguro. Doy media vuelta y, aun sin verlo, sé que mientras me retiro me está mirando el trasero.

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