viernes, 29 de abril de 2011

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“Permiso, acá bajo. Te dejo mi tarjeta para que le demos una manito al destino…”. “Ana, me llamo Ana”, señalo. Y el príncipe desciende, guiñándome un ojo. Entonces, dejo de llorar y comprendo que la felicidad es un relámpago. Un instante que nace y muere en el acto, pero que puede revivir en el recuerdo. Y pienso que es mucho para mí, que no lo merezco, que es demasiado lindo para ser cierto. Pero también creo que siempre hay espacio para revanchas y que nunca es tarde para atreverse a sentir.

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