“Permiso, acá bajo. Te dejo mi tarjeta para que le demos una manito al destino…”. “Ana, me llamo Ana”, señalo. Y el príncipe desciende, guiñándome un ojo. Entonces, dejo de llorar y comprendo que la felicidad es un relámpago. Un instante que nace y muere en el acto, pero que puede revivir en el recuerdo. Y pienso que es mucho para mí, que no lo merezco, que es demasiado lindo para ser cierto. Pero también creo que siempre hay espacio para revanchas y que nunca es tarde para atreverse a sentir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario