Regreso a casa por la tarde, entre misterios y preguntas. En el primer compartimento de mi billetera asoma la tarjeta enmantecada, como pidiéndome permiso para salirse y regalarme las respuestas que estoy necesitando. Inhalo profundo, exhalo valentía y me convenzo de que la vida es un instante y la especulación, un error. Me aproximo al teléfono, marco el número, aguardo y atiende. “Hola, hola, hola…”, repite Brad del otro lado.
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