jueves, 19 de mayo de 2011

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Salgo apresurada, conservando una prudente distancia entre Alan y yo, para evitar que los guardias sospechen que nos vamos juntos. Subo a su auto, lo miro y me pregunto qué estoy haciendo ahí, con él, en ese momento. Pienso en una calabresa a la piedra, crocante y calentita, y encuentro la respuesta que estaba buscando. “¿Y usted no tenía planes para un viernes a la noche?”, pregunto. “Sí, comer la pizza más exquisita junto a una mujer linda e inteligente. Por fuera de eso, no, no tenía otros planes”, responde.

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