martes, 24 de mayo de 2011

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Me pone de malhumor el malhumor de Alan. ¡¿Qué tal si se consigue una novia o, al menos, una jovencita que lo atienda cada tanto?! No estaría de más que deposite tanta energía en otro lado. Al fin y al cabo, yo no tengo por qué tolerar sus grititos ni presenciar sus dákares oficinescos cada mañana. Va, viene, entra, sale, hace, deshace, corre, recorre, grita y… “¡Ana, venga a mi oficina ya!”, grita.    

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