miércoles, 11 de mayo de 2011

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“No pienses, Ana”, me exijo. Brad me entrega las flores y me roba una sonrisa. Y ambos emprendemos camino hacia ninguna parte, listos para adentrarnos en el laberíntico mundo del amor, bañado de instantes con olor a seda y sabor a blues. Arribamos a un bar escondido, sobre la calle Florida. Pedimos vino, del caro. Me esfuerzo por ingerir mucho, por olvidarme de quién soy y no pensar. Bebo hasta emborracharme, intentando que una alegría inventada haga que se enamore de mí.

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