domingo, 22 de mayo de 2011

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Hablamos, reímos y comimos hasta saciarnos. Esa noche descubrí que Alan tenía una vida más allá del trabajo: que había vivido en Roma, que tenía 2 perros, que leía a Hesse, jugaba al golf, tocaba el saxo y coleccionaba estampillas. Por momentos, cuando la luz se tornaba más tenue, hasta lo vi lindo. El tiempo pasó volando y de la calebresa no quedó más que el recuerdo de una aceituna. A las 4:00, Alan me dejó en casa. Esperó a que entrase y, cuando la puerta del hall se cerró, desapareció.

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