El martes a la tarde Brad llama para invitarme a cenar. Nos encontramos en un restaurante japonés de Palermo Hollywood. Bebemos, comemos y hablamos de la vida y de la nada durante hora y media. 10 minutos hablamos de mí; los restantes 90, de lo maravilloso que es él. La noche cierra en mi casa y entre mis sábanas. Normal, nada tan formidable como lo alardeado durante la comida, aprobado con 6. Pero más que suficiente para quebrantar mi abstinencia y remolcar mi arrastrada autoestima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario