lunes, 16 de mayo de 2011

60

El martes a la tarde Brad llama para invitarme a cenar. Nos encontramos en un restaurante japonés de Palermo Hollywood. Bebemos, comemos y hablamos de la vida y de la nada durante hora y media. 10 minutos hablamos de mí; los restantes 90, de lo maravilloso que es él. La noche cierra en mi casa y entre mis sábanas. Normal, nada tan formidable como lo alardeado durante la comida, aprobado con 6. Pero más que suficiente para quebrantar mi abstinencia y remolcar mi arrastrada autoestima.

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